jueves, 15 de noviembre de 2007
CRISIS Y PROYECCIONES EN LA EDUCACIÓN SUPERIOR: DE LA “LOCE” A LA “LEY DE FINANCIAMIENTO A LA EDUCACIÓN SUPERIOR”.
Manuel Fernández Gaete
Profesor de Historia y Ciencias Sociales
Presentación.
En primer lugar agradezco la gentil invitación que nos hicieran los alumnos movilizados por una nueva universidad a este espacio de diálogo y construcción.
Las siguientes líneas quieren presentar un apretado esfuerzo de síntesis que pretende tres grandes objetivos. Primero plantear las características del Sistema de Educación Superior que impera en el día de hoy en nuestro país; en segundo lugar, establecer una especie de “arqueología” respecto de este modelo, para luego; en tercer lugar, poder delinear algunos contornos críticos que nos permiten establecer una “crisis” en el modelo y algunos desafíos y proyecciones.
Es un tremendo desafío el poder establecer algunos parámetros a este problema, sobre todo por que el ejercicio que intentamos acometer no es el resultado de una investigación avalada con datos preparados especialmente a este efecto. Es también un desafío por que estos temas no son mi especialidad o línea de investigación (como acostumbran señalar los “académicos” profesionales). Por lo que, más bien, estas reflexiones son fruto de la coyuntura sociopolítica que hemos estado observando (de forma algo participante) en las últimas semanas, por tanto obedece a una especie de urgencia analítico comprensiva de lo que ha estado ocurriendo específicamente sobre estos temas, pero particularmente acá, en la Universidad de Concepción y a partir del trabajo arduo de crítica política que sus estudiantes han desarrollado. Es, también la intención de que estas reflexiones se transformen en una especie de herramienta, no sólo para la reflexión ensimismada, también para generar ejercicios de acción a partir de ella. Esto último, es quizá el más pretencioso de los desafíos, ya que de una u otra forma, quiero establecer que parte de la crisis a la que quiero referirme hoy día obedece, precisamente, a esa especie de “inutilidad” del saber generado por las universidades, saber que en términos específicos, esto es de su configuración como herramientas para la acción, han sido progresivamente pospuestos, arrinconados y dados en beneficio de ciertos intereses que no necesariamente son los de las grandes mayorías.
Por lo anterior mis palabras no tienen pretensión de validez científica, que de ellas pudiera esperarse, pero sí la urgencia y necesidad ciudadana de la acción y de la decisión, esto es la de la acción políticamente informada.
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¿Qué es esa cosa que llamamos Universidad?
Por universidad podemos entender varias cosas. De las que quiero hacerme cargo hoy dicen relación con el espacio, la textura y el sentido de ésta, cuestión que se ha venido configurando desde el origen medieval de su historia, al cual no me referiré, pero sí a partir de su posicionamiento y auge, a partir de su explosión, luego de la segunda mitad del siglo XX o más específicamente en la Post Segunda Guerra Mundial.
En sí este espacio de “saber” ha sido reservorio y receptáculo de la Modernidad, con todo lo que en ella existe; esto es Razón y Racionalidad, Ciencia y Cientificismo, Técnica y Tecnología, Política, Politiquería, Ideología y Demagogia entre muchos otros. Es claro, gran parte del edificio que la modernidad constituye, en cuanto fenómeno sociocultural, es construido, modelado y reproducido en este espacio de saber-poder. Podríamos, con justeza, señalar que toda forma de saber
“En apariencia, o mejor según la máscara que implica,... es neutra, despojada de toda pasión, encarnizada solamente con la verdad. Pero si se interroga a sí misma, y de una forma más general interroga a toda ciencia científica en su historia, descubre entonces las formas y transformaciones de la voluntad de saber que es instinto, pasión, encarnizamiento, inquisición, refinamiento cruel, maldad: descubre la violencia de los partidos adoptados: partido tomado contra la felicidad ignorante, contra las ilusiones vigorosas con las que se protege la humanidad, partido tomado por todo lo que hay en la investigación de peligroso y en el descubrimiento de inquietante”
(M. Foucault; Microfísica del Poder).
Duro golpe que se asesta a esta voluntad de saber-poder que de este espacio de “conocimiento” emana. En el fondo, encontramos el reconocimiento de que el saber es una herramienta poderosa, peligrosa, inquietante, pero para qué y para quién. Puesta en su propia historia, la universidad debe responder al servicio de qué intereses y para qué fines a puesto la producción de su saber. Una vez respondida esta pregunta (no lo haremos en este momento, pero no es tan complejo aventurarnos en ella) podemos decir que la Universidad ha permitido que aquel saber esté, hoy por hoy, acreditado socialmente (tecnocráticamente). Ya que quienes se dedican a las humanidades o a las ciencias, son socialmente hablando, los humanistas o los científicos de nuestros tiempos. Sin duda, también la acreditación de este saber tecnocrático ha permitido que estos campos, progresivamente, se profesionalicen, de manera y forma estereotipada. Es, entonces una posible vía para responder sobre el saber para qué y para quién de lo que la Universidad produce, para la profesionalización de los individuos. De ahí, entonces, una segunda cuestión; si la universidad profesionaliza, tecnocratiza, los que no están en ella y con ella ni son profesionales, ni son técnicos, por ello su saber tiene otro estatuto. Es saber, conocimiento, experiencia, pero no es científico, no es técnico, no es académico, en definitiva, no está autorizado.
Pero además, en el entendido de que es éste un espacio universal, debe dar cuenta del “universo” social que en su interior se representa. Sin distinciones ideológicas, de raza, de clase, la universidad es un espacio de diálogo social, de síntesis social, de encuentro plural. ¿Esto es así?, bueno revisemos nuestro propio universo próximo. Cuántos de nuestros compañeros y compañeras viven en los mismos barrios, cuantos fueron a los mismos colegios, cuantos conocen a las mismas personas, tienen las mismas costumbres, escuchan la misma música, etc. Sin lugar a dudas es un espacio donde podemos ver representado lo mejor muestra de nuestra sociedad. Ahora bien, si ponemos atención a lo que esto puede llegar a implicar, es posible también entender que esta muestra variopinta de universalidad, de diálogo, de encuentro, se transforma progresivamente en un espacio de homogeneización. En efecto, de una perversa homegeneización. En el fondo el sentirnos representados por un espacio formativo profesionalizante es una marca que sólo se lleva acá adentro y que luego nos permite marcar la diferenciación necesaria, en nuestros propios espacios. En este espacio, ya no somos más nosotros mismos: perdemos nuestra característica individual, de sujeto y nos transformamos progresivamente en un “profesional”. Y nos acostumbramos a la diferenciación, a la discriminación: por universidades, por carreras, por cursos. Esto nos permite ir configurando un escenario de escepticismo en el colectivo, ya que los médicos tienen que tomar distancia de los ingenieros, por que los matemáticos no se mezclan con los humanistas, por que los filósofos, literatos e historiadores hacen cortocircuito. Cada vez y progresivamente nos vamos haciendo cargo de un estatus, hacia afuera, que nos individualiza y nos gremializa, que inhibe la posibilidad de entendernos colectivamente, salvo por los intereses gremiales.
A pesar de lo anterior, es la universidad un espacio de cristalización, de la cultura, las artes, del desarrollo social, político, económico de toda sociedad. Y este espacio cristalizado es transmitido a los jóvenes, propietarios por antonomasia de estas tradiciones, las que se encargan de ir desarrollando, de ir moldeando, de ir apropiándoselas progresivamente. Así es como los campos culturales son ampliados gradualmente en los cinco o seis años de estudio que cada uno de nosotros pasamos en la Universidad, también los campos productivos, nuestro acervo político, el económico. La sociedad, sin lugar a dudas se reproduce material y simbólicamente al interior de la Universidad y la juventud se encarga de reproducir a escala ampliada y de manera dialéctica lo que la universidad le entrega. Por tanto, y sin lugar a dudas, tenemos lo que merecemos. La competencia, el individualismo, el muñequeo, todo aquello que caracteriza nuestra cotidiana vida, la que incluso reproducimos en nuestras familias, en nuestros espacio laborales, en nuestras relaciones de pareja. Esa cristalización es de tal magnitud, que nos hace pensar que esto está solidificado, es permanente, inmutable, que aquello que vivimos implica una especie de “fin de la historia”, de naturalización en la que lo social, lo cultural, lo político, lo económico es como es, por que así debe ser. Es lo que se nos enseña, por tanto es lo que sabemos.
Cómo la Universidad Llega a ser la Cosa que Conocemos.
En su articulado la Constitución de 1980, impuesta por la dictadura militar que encabezó el ex general Augusto Pinochet (1973-1989) , señala que:
“Los padres tienen el derecho preferente y el deber de educar a sus hijos”; y que a este efecto “Corresponderá al Estado otorgar especial protección al ejercicio de este derecho”, de esta forma también señala que el estado debe “...fomentar el desarrollo de la educación en todos sus niveles; estimular la investigación científica y tecnológica, la creación artística y la protección e incremento del patrimonio cultural de la Nación”, entregando a la comunidad el deber de “... contribuir al desarrollo y perfeccionamiento de la educación”.
Sin duda un marco muy propicio para entender el actual desarrollo de lo que conocemos o reconocemos como espacios de educación terciaria. De esto se puede desprender que el Estado se desentiende de las obligaciones que antes tenía, como estado docente, en el que se hacía cargo de las necesidades de su propio crecimiento y del desarrollo socioeconómico nacional, a partir del perfeccionamiento de sus ciudadanos y la formación de cuadros ejecutivos y técnicos que le hicieran crecer. Y es que la dictadura militar, anclada en la más brutal ortodoxia neoliberal, creó las condiciones necesarias para entregar la función social de la universidad a los privados (entendidos estos como individuos), los que serían solamente subsidiados en su función.
La libertad de enseñanza, otro pilar fundamental del edificio construido por la dictadura, “incluye el derecho de abrir, organizar y mantener establecimientos educacionales”, garantizando la autonomía académica, administrativa y económica de las instituciones de educación superior del Estado y de las particulares reconocidas por éste.
Otro de los pilares en los que se funda la nueva institucionalidad que crea el escenario de la educación terciaria nacional está establecido por la Ley 19.862, más conocida por su sigla como Ley Orgánica Constitucional de Enseñanza (LOCE). Esta, establece específicamente, en el artículo 29 los cuatro tipos de instituciones de enseñanza superior que el Estado reconoce oficialmente:
a) Universidades
b) Institutos Profesionales
c) Centros de Formación Técnica
d) Establecimientos de Educación Superior de las Fuerzas Armadas y de Orden .
Las entidades que aspiren a ser reconocidas oficialmente por el Estado como instituciones de educación superior deberán ser creadas por ley -caso de las estatales- o constituidas de acuerdo con los procedimientos establecidos en el Título III de la LOCE. Es importante, y relevante destacar que las universidades privadas serán siempre corporaciones de derecho privado sin fines de lucro. Los institutos profesionales y los centros de formación técnica que tengan ese carácter, deberán organizarse siempre como personas jurídicas de derecho privado, cuyo objeto no puede ser otro que la creación, organización y mantención del establecimiento respectivo. Por tanto el lucro privado en la educación superior es una subversión a las normas creadas por el propio articulado. El lucro privado, sobre la educación superior, surge de un “arreglo”, en el cual estas instituciones crean una “otra institución” que sí pueden lucrar, por ejemplo “sociedades inmobiliarias”. Arreglo que sin duda permite el crecimiento y la expansión del sistema privado de educación superior chileno .
Hasta el año 1980, nuestro sistema de educación superior sólo presentaba la presencia de 2 universidades estatales y seis privadas, en total ocho. Desde esa fecha el crecimiento es explosivo, en el año 2004 estas llegan a 60: Contando, en 1980 con una cobertura de unos 120 mil estudiantes de pregrado, se llega, al año 2004 a algo más de 540 mil, incluidos en el sistema completo. (T. Castañeda, 1993; E. Fernández, 2005) (Gráfico 1)
En palabras del académico de la UCSC, Enrique Fernández
“La magnitud e intensidad que tuvo la expansión implicó dos cosas: que por primera vez llegaran a las aulas universitarias alumnos de sectores socio-económicos menos favorecidos y que, en muchos casos, fue necesario improvisar profesores para poder proveer los cursos. Ambos elementos, asociados en ocasiones a una infraestructura deficitaria y bibliotecas y laboratorios precariamente equipados, han sembrado dudas acerca de la calidad de los profesionales formados en la educación Superior” (pp.:3).
Si observamos los datos disponibles en el Ministerio de Educación (gráfico 2), es posible señalar que entre los años 1990 y 2000, el acceso de los cinco quintiles, en los que podemos seccionar la realidad socioeconómica chilena ha crecido de manera explosiva, sostenida y ostensible. De esta forma es posible señalar que junto al crecimiento de la oferta educativa, en esta área, se ha hecho carne el aumento de la demanda y del acceso de todos los sectores socioeconómicos a la universidad. Surge también la posibilidad de entender, a quienes siguen atentamente las divagaciones expuestas, que este acceso si bien masivo, también a sido desigual e inequitativo. Es evidente que los sectores socioeconómicos de más altos ingresos, quinto quintil, han hecho de la universidad un horizonte no sólo deseable, sino que imprescindible. Mientras tanto, para los sectores que se ubican en le primer quintil, con menos recursos socioeconómicos, la posibilidad de acceder a la educación terciaria, es aún un horizonte lejano, casi utópico.
También y en igual forma es preciso entender que el acceso a la educación superior ha sido acompañado de un progresivo incremento de los recursos que para su financiamiento se requieren. Si observamos lo que el Estado ha ido entregando, de sus presupuestos anuales, sólo en el último lustro podemos desprender que la carga que ha significado la educación superior a las arcas fiscales, a pesar de la regla de “EQUILIBRIO FISCAL” impuesta por la doctrina neoliberal, ha pasado desde los 27 mil millones de pesos, en 1990, a unos 72 mil millones en 2003. (Gráfico 3). Sin duda un gran trozo de la torta de recursos que el Estado chileno maneja año a año, pero de igual manera insuficiente. Ya lo han demostrado los estudiantes, desde la década de los años ochenta, en que el sistema de financiamiento comienza a mutar y progresivamente se inicia el repliegue del Estado en la distribución, asignación y recuperación de los recursos (Reformas al financiamiento de 1981, Crédito Universitario Estatal, transferido en 1987 a las Universidades, para posteriormente ser reformado en 1994 y quedar establecido como Fondo Solidario). En sus tres versiones ha recibido las múltiples y permanentes críticas (una especie de itinerario anual que habla de un tema de la “agenda política” en los meses de marzo y abril), ya que en el fondo y siguiendo su propia lógica, estos fondos son asignados a los alumnos de las Universidades del Consejo de Rectores que presentas menos recursos y buenos puntajes (que son los menos), por que aquellos que realmente presentan menos recursos están fuera del sistema o están obligados a adquirir educación superior desde aquellas ofertas ligadas al sector privado. Con ello obligamos a los que tienen menos recursos económicos, obtienen peor educación escolar formal y menores puntajes en las pruebas de selección a las Universidades del Consejo de Rectores a buscar formación terciaria en instituciones privadas, las que TODOS (y digo TODOS de forma consciente) sabemos que lucran con los recursos y con las expectativas de formación de sus estudiantes (clientes). Una muestra más de inequidad.
Resumiendo, entonces, el sistema de educación superior presenta hoy día algunas características que nos hablan de un estado de la cuestión por lo menos crítico, a saber: su masificación, la falta de equidad en el acceso, su alto nivel de circulación de recursos (ligazón al mercado) y sus problemas de financiamiento.
Problemas todos no menores, si pensamos que es necesario, contar al 2010, con una masa estudiantil de no menos de un millón de alumnos en educación terciaria, que nuestro país a comprometido sus esfuerzos en sendos tratados bilaterales, a mejorar su “capital humano”, que los recursos que se inyectan año a año pareciera ser que no tienen un respaldo en resultados que puedan ser efectivamente vistos como una superación de la situación anterior. De esta forma es que podemos establecer, sin temor a ser alarmistas, ni apocalípticos, que la educación superior en nuestro país está sentada sobre una tremenda crisis que hace inevitable sentarnos a discutir, con sentido de proyección futura las medidas que puedan provocar una gran transformación a una situación otra que permita paliar las deficiencias y superar los problemas.
¿Qué Hacer?
Es la típica pregunta, no pretendo responderla (sería pretencioso). Es posible, eso sí, reflexionar sobre la intención, para luego visualizar salidas. En atención a esto, lo que sigue no son más que sendas especulaciones propuestas tal y como se expresaron al principio de esta exposición, desde la ciudadanía y desde la urgencia política. Por tanto, expansión explosiva, acceso desigual e inequidad en la distribución de los recursos en ayuda financiera para los sectores de menores ingresos explican que el estado actual del desarrollo universitario en nuestro país, es a lo menos poco auspicioso. Partamos desde ahí.
Sólo entonces, y en Primer lugar, podemos preguntarnos legítimamente cuál es la universidad que queremos salvar hoy en día. Si observamos su desarrollo y crecimiento podemos establecer alguna tipología de las que ya existen, para tener claro a qué atenernos. Por ejemplo podemos decir que existen universidades Privadas y Públicas; Tradicionales y Nuevas; Nacionales, Regionales y Metropolitanas; Ideológicas y de Empresa; Sistémicas y Críticas, Burocráticas y Descentradas; Del Consejo de Rectores y Fuera del Consejo de Rectores y sin duda Transnacionales y Nacionales. Es evidente que toda taxonomía es antojadiza, esta no lo es menos. Pero si es que creemos que es necesario “salvar” la educación pública, de qué forma nos referiremos a ella, ya que de lo que se trata es de no volver a cometer los errores que criticamos, el principal de ellos la discriminación, la elitización, la exclusión.
En atención al estado en el que se ha ido construyendo la Universidad podríamos aventurar posibilidades que nos permitan establecer puntos de fuga para la discusión. Por esto, y en relación al conocimiento que ellas producen podemos señalar que es necesaria una reafirmación de su sentido y carácter. Las universidades y sus comunidades han pasado un largo período de su existencia ensimismadas en la producción de conocimiento y saber por y para los intereses del Estado. Se han ido transformando progresivamente en funcionarias y burócratas de éste, pero más aún han ido manejando un cada vez más perverso sentido de compromiso con esta forma de reproducción social que fue, digámoslo simple y directamente, obra y creación de la dictadura más sangrienta que ha visto desarrollar nuestro país. Por tanto cualquier arreglo interno que intentemos desarrollar en el modelo de educación superior supone una tácita aceptación de la lógica, el contexto, los principios y fines para la cual fue diseñada la educación superior en un contexto como la dictadura de Pinochet. De ahí, entonces, que la lógica de producción, distribución y potenciación del conocimiento generado por las universidades se descentre de su lugar germinal (el Estado), para posicionarse en el lugar material (la Sociedad). De ahí que se hace necesario que la ciencia se haga social en su impacto.
“La reproducción permanente de la ‘ciencia oficial’ en el espacio público controlado por la gobernabilidad ha dejado a los pobres y a los ciudadanos corrientes sin un adecuado tratamiento científico de su memoria, sus experiencias, sus reclamaciones y sus reacciones colectivas. Estar fuera de las ciencias equivale con mucho a estar fuera de la racionalidad contractual y, por lo tanto, del poder ciudadano y de la historia. Pues, sin ciencia, no se pueden educar ni potenciar sistemáticamente las capacidades cognitivas, asociativas y proyectivas de la gran masa popular; es decir: su soberanía. Sin ciencia, la memoria social es un capital cultural derrochado en el vacío. Anulado. Anonadado. Que deja a los sujetos sociales de base ignorándose a sí mismos. Amnésicos. Como masa inerte a la espera de ser conducida y vanguardizada. Como si los ciudadanos no tuvieran identidad, ni dignidad, ni derechos soberanos, ni calidad de “pueblo”.” (Salazar, G. pp.: 163. 2004)
Luego, se hace pertinente señalar que el problema que actualmente se debate, es necesariamente la consolidación del itinerario trazado por la dictadura y administrado por los gobiernos de la Concertación, el que surge al dictarse la LOCE. No es menor señalar, y reivindicar aquí, que el Movimiento Estudiantil lo percibió en su momento de esa forma. El año 1992, la Facultad de Educación de la Universidad de Concepción se mantiene en toma por espacio de casi un mes. Qué solicitan los estudiantes, derogación de la LOCE. Hoy se cierra el círculo, hoy la LOCE se consolida, hoy la universidad deja de ser una preocupación del Estado, tal y cual el diseño de la dictadura militar. Por tanto si hay algo que reformar y algo sobre lo que efectivamente es necesario sentarse a discutir para su posible derogación es, por supuesto la Constitución de 1980, y la LOCE.
Por otro lado, si en el espacio universitario, nos está dada la posibilidad de la convivencia, de la convivencia democrática y transversal, esta debe operar con toda propiedad, con la mayor fuerza posible, con la mayor disposición al diálogo, a la participación a la no exclusión de todas las posiciones presentes. Esto es necesario no sólo declararlo, es importante hacerlo. Hoy es tiempo de un frente amplio, en el que tengamos lugar todos, ya que lo que está en juego es el rol y el lugar que queremos apara la educación superior en una sociedad otra. Por tanto la tarea no es menor, si queremos democratizar la educación, es necesario democratizar la sociedad, si queremos mayor participación en la educación, es necesario luchar por una mayor participación social, si queremos un acceso igualitario a la educación, entonces breguemos por una acceso igualitario a los bienes sociales. Esa es la orden del día, básicamente en el mismo nivel de la respuesta que habría dado el viejo Vladimir Ilich.
Por una sociedad en la que todos y todas tengamos espacio. Estudiantes y sociedad en general tenemos que unirnos, debemos constituirnos como sujetos, como un sujeto que es capaz de proponer una sociedad distinta, una educación otra. Una Asamblea Constituyente que pueda repensar no sólo el marco constitucional y jurídico de nuestra sociedad, sino que también se plantee la posibilidad de pensar una sociedad distinta, una sociedad otra parece ser una buena propuesta. Entonces, hay que unirnos, nuevamente… por que hay harto que hacer.
Muchas Gracias.
DATOS RELEVANTES SOBRE EDUCACIÓN SUPERIOR EN CHILE.
Fuente: www.mineduc.cl, www.cnap.cl (En Fernández, E.)
Fuente: www.mideplan.cl (En Fernández, E.)
Fuente: www.mineduc.cl (En Fernández, E.)
Referencias
Castañeda, Tarcisio (1993) Para Combatir la Pobreza. Política Social y Descentralización en Chile Durante los ’80. CEP Ediciones. Santiago. Segunda Edición.
Fernández, Enrique (2005) Desafíos Emergentes y Contribución de las Universidades Católicas a la Configuración de la Cultura. Ponencia Presentada al Capítulo Chileno de Universidades Católicas. Universidad Alberto Hurtado. Santiago, abril de 2005. Inédito.
Foucault, Michel (1992) Microfísica del Poder. Ediciones La Piqueta. Madrid. Tercera Edición.
Nef, Jorge (1999) Contradicciones en el “Modelo Chileno”. En Mendez-Carrión, A. & Joignant, A. (1999) La Caja de Pandora. El Retorno de la Transición Chilena. Planeta/Ariel. Santiago. pp.: 89-124
Salazar, Gabriel (2003) La Historia Desde Abajo y Desde Adentro. Facultad de Artes, Universidad de Chile. Santiago.
Profesor de Historia y Ciencias Sociales
Presentación.
En primer lugar agradezco la gentil invitación que nos hicieran los alumnos movilizados por una nueva universidad a este espacio de diálogo y construcción.
Las siguientes líneas quieren presentar un apretado esfuerzo de síntesis que pretende tres grandes objetivos. Primero plantear las características del Sistema de Educación Superior que impera en el día de hoy en nuestro país; en segundo lugar, establecer una especie de “arqueología” respecto de este modelo, para luego; en tercer lugar, poder delinear algunos contornos críticos que nos permiten establecer una “crisis” en el modelo y algunos desafíos y proyecciones.
Es un tremendo desafío el poder establecer algunos parámetros a este problema, sobre todo por que el ejercicio que intentamos acometer no es el resultado de una investigación avalada con datos preparados especialmente a este efecto. Es también un desafío por que estos temas no son mi especialidad o línea de investigación (como acostumbran señalar los “académicos” profesionales). Por lo que, más bien, estas reflexiones son fruto de la coyuntura sociopolítica que hemos estado observando (de forma algo participante) en las últimas semanas, por tanto obedece a una especie de urgencia analítico comprensiva de lo que ha estado ocurriendo específicamente sobre estos temas, pero particularmente acá, en la Universidad de Concepción y a partir del trabajo arduo de crítica política que sus estudiantes han desarrollado. Es, también la intención de que estas reflexiones se transformen en una especie de herramienta, no sólo para la reflexión ensimismada, también para generar ejercicios de acción a partir de ella. Esto último, es quizá el más pretencioso de los desafíos, ya que de una u otra forma, quiero establecer que parte de la crisis a la que quiero referirme hoy día obedece, precisamente, a esa especie de “inutilidad” del saber generado por las universidades, saber que en términos específicos, esto es de su configuración como herramientas para la acción, han sido progresivamente pospuestos, arrinconados y dados en beneficio de ciertos intereses que no necesariamente son los de las grandes mayorías.
Por lo anterior mis palabras no tienen pretensión de validez científica, que de ellas pudiera esperarse, pero sí la urgencia y necesidad ciudadana de la acción y de la decisión, esto es la de la acción políticamente informada.
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¿Qué es esa cosa que llamamos Universidad?
Por universidad podemos entender varias cosas. De las que quiero hacerme cargo hoy dicen relación con el espacio, la textura y el sentido de ésta, cuestión que se ha venido configurando desde el origen medieval de su historia, al cual no me referiré, pero sí a partir de su posicionamiento y auge, a partir de su explosión, luego de la segunda mitad del siglo XX o más específicamente en la Post Segunda Guerra Mundial.
En sí este espacio de “saber” ha sido reservorio y receptáculo de la Modernidad, con todo lo que en ella existe; esto es Razón y Racionalidad, Ciencia y Cientificismo, Técnica y Tecnología, Política, Politiquería, Ideología y Demagogia entre muchos otros. Es claro, gran parte del edificio que la modernidad constituye, en cuanto fenómeno sociocultural, es construido, modelado y reproducido en este espacio de saber-poder. Podríamos, con justeza, señalar que toda forma de saber
“En apariencia, o mejor según la máscara que implica,... es neutra, despojada de toda pasión, encarnizada solamente con la verdad. Pero si se interroga a sí misma, y de una forma más general interroga a toda ciencia científica en su historia, descubre entonces las formas y transformaciones de la voluntad de saber que es instinto, pasión, encarnizamiento, inquisición, refinamiento cruel, maldad: descubre la violencia de los partidos adoptados: partido tomado contra la felicidad ignorante, contra las ilusiones vigorosas con las que se protege la humanidad, partido tomado por todo lo que hay en la investigación de peligroso y en el descubrimiento de inquietante”
(M. Foucault; Microfísica del Poder).
Duro golpe que se asesta a esta voluntad de saber-poder que de este espacio de “conocimiento” emana. En el fondo, encontramos el reconocimiento de que el saber es una herramienta poderosa, peligrosa, inquietante, pero para qué y para quién. Puesta en su propia historia, la universidad debe responder al servicio de qué intereses y para qué fines a puesto la producción de su saber. Una vez respondida esta pregunta (no lo haremos en este momento, pero no es tan complejo aventurarnos en ella) podemos decir que la Universidad ha permitido que aquel saber esté, hoy por hoy, acreditado socialmente (tecnocráticamente). Ya que quienes se dedican a las humanidades o a las ciencias, son socialmente hablando, los humanistas o los científicos de nuestros tiempos. Sin duda, también la acreditación de este saber tecnocrático ha permitido que estos campos, progresivamente, se profesionalicen, de manera y forma estereotipada. Es, entonces una posible vía para responder sobre el saber para qué y para quién de lo que la Universidad produce, para la profesionalización de los individuos. De ahí, entonces, una segunda cuestión; si la universidad profesionaliza, tecnocratiza, los que no están en ella y con ella ni son profesionales, ni son técnicos, por ello su saber tiene otro estatuto. Es saber, conocimiento, experiencia, pero no es científico, no es técnico, no es académico, en definitiva, no está autorizado.
Pero además, en el entendido de que es éste un espacio universal, debe dar cuenta del “universo” social que en su interior se representa. Sin distinciones ideológicas, de raza, de clase, la universidad es un espacio de diálogo social, de síntesis social, de encuentro plural. ¿Esto es así?, bueno revisemos nuestro propio universo próximo. Cuántos de nuestros compañeros y compañeras viven en los mismos barrios, cuantos fueron a los mismos colegios, cuantos conocen a las mismas personas, tienen las mismas costumbres, escuchan la misma música, etc. Sin lugar a dudas es un espacio donde podemos ver representado lo mejor muestra de nuestra sociedad. Ahora bien, si ponemos atención a lo que esto puede llegar a implicar, es posible también entender que esta muestra variopinta de universalidad, de diálogo, de encuentro, se transforma progresivamente en un espacio de homogeneización. En efecto, de una perversa homegeneización. En el fondo el sentirnos representados por un espacio formativo profesionalizante es una marca que sólo se lleva acá adentro y que luego nos permite marcar la diferenciación necesaria, en nuestros propios espacios. En este espacio, ya no somos más nosotros mismos: perdemos nuestra característica individual, de sujeto y nos transformamos progresivamente en un “profesional”. Y nos acostumbramos a la diferenciación, a la discriminación: por universidades, por carreras, por cursos. Esto nos permite ir configurando un escenario de escepticismo en el colectivo, ya que los médicos tienen que tomar distancia de los ingenieros, por que los matemáticos no se mezclan con los humanistas, por que los filósofos, literatos e historiadores hacen cortocircuito. Cada vez y progresivamente nos vamos haciendo cargo de un estatus, hacia afuera, que nos individualiza y nos gremializa, que inhibe la posibilidad de entendernos colectivamente, salvo por los intereses gremiales.
A pesar de lo anterior, es la universidad un espacio de cristalización, de la cultura, las artes, del desarrollo social, político, económico de toda sociedad. Y este espacio cristalizado es transmitido a los jóvenes, propietarios por antonomasia de estas tradiciones, las que se encargan de ir desarrollando, de ir moldeando, de ir apropiándoselas progresivamente. Así es como los campos culturales son ampliados gradualmente en los cinco o seis años de estudio que cada uno de nosotros pasamos en la Universidad, también los campos productivos, nuestro acervo político, el económico. La sociedad, sin lugar a dudas se reproduce material y simbólicamente al interior de la Universidad y la juventud se encarga de reproducir a escala ampliada y de manera dialéctica lo que la universidad le entrega. Por tanto, y sin lugar a dudas, tenemos lo que merecemos. La competencia, el individualismo, el muñequeo, todo aquello que caracteriza nuestra cotidiana vida, la que incluso reproducimos en nuestras familias, en nuestros espacio laborales, en nuestras relaciones de pareja. Esa cristalización es de tal magnitud, que nos hace pensar que esto está solidificado, es permanente, inmutable, que aquello que vivimos implica una especie de “fin de la historia”, de naturalización en la que lo social, lo cultural, lo político, lo económico es como es, por que así debe ser. Es lo que se nos enseña, por tanto es lo que sabemos.
Cómo la Universidad Llega a ser la Cosa que Conocemos.
En su articulado la Constitución de 1980, impuesta por la dictadura militar que encabezó el ex general Augusto Pinochet (1973-1989) , señala que:
“Los padres tienen el derecho preferente y el deber de educar a sus hijos”; y que a este efecto “Corresponderá al Estado otorgar especial protección al ejercicio de este derecho”, de esta forma también señala que el estado debe “...fomentar el desarrollo de la educación en todos sus niveles; estimular la investigación científica y tecnológica, la creación artística y la protección e incremento del patrimonio cultural de la Nación”, entregando a la comunidad el deber de “... contribuir al desarrollo y perfeccionamiento de la educación”.
Sin duda un marco muy propicio para entender el actual desarrollo de lo que conocemos o reconocemos como espacios de educación terciaria. De esto se puede desprender que el Estado se desentiende de las obligaciones que antes tenía, como estado docente, en el que se hacía cargo de las necesidades de su propio crecimiento y del desarrollo socioeconómico nacional, a partir del perfeccionamiento de sus ciudadanos y la formación de cuadros ejecutivos y técnicos que le hicieran crecer. Y es que la dictadura militar, anclada en la más brutal ortodoxia neoliberal, creó las condiciones necesarias para entregar la función social de la universidad a los privados (entendidos estos como individuos), los que serían solamente subsidiados en su función.
La libertad de enseñanza, otro pilar fundamental del edificio construido por la dictadura, “incluye el derecho de abrir, organizar y mantener establecimientos educacionales”, garantizando la autonomía académica, administrativa y económica de las instituciones de educación superior del Estado y de las particulares reconocidas por éste.
Otro de los pilares en los que se funda la nueva institucionalidad que crea el escenario de la educación terciaria nacional está establecido por la Ley 19.862, más conocida por su sigla como Ley Orgánica Constitucional de Enseñanza (LOCE). Esta, establece específicamente, en el artículo 29 los cuatro tipos de instituciones de enseñanza superior que el Estado reconoce oficialmente:
a) Universidades
b) Institutos Profesionales
c) Centros de Formación Técnica
d) Establecimientos de Educación Superior de las Fuerzas Armadas y de Orden .
Las entidades que aspiren a ser reconocidas oficialmente por el Estado como instituciones de educación superior deberán ser creadas por ley -caso de las estatales- o constituidas de acuerdo con los procedimientos establecidos en el Título III de la LOCE. Es importante, y relevante destacar que las universidades privadas serán siempre corporaciones de derecho privado sin fines de lucro. Los institutos profesionales y los centros de formación técnica que tengan ese carácter, deberán organizarse siempre como personas jurídicas de derecho privado, cuyo objeto no puede ser otro que la creación, organización y mantención del establecimiento respectivo. Por tanto el lucro privado en la educación superior es una subversión a las normas creadas por el propio articulado. El lucro privado, sobre la educación superior, surge de un “arreglo”, en el cual estas instituciones crean una “otra institución” que sí pueden lucrar, por ejemplo “sociedades inmobiliarias”. Arreglo que sin duda permite el crecimiento y la expansión del sistema privado de educación superior chileno .
Hasta el año 1980, nuestro sistema de educación superior sólo presentaba la presencia de 2 universidades estatales y seis privadas, en total ocho. Desde esa fecha el crecimiento es explosivo, en el año 2004 estas llegan a 60: Contando, en 1980 con una cobertura de unos 120 mil estudiantes de pregrado, se llega, al año 2004 a algo más de 540 mil, incluidos en el sistema completo. (T. Castañeda, 1993; E. Fernández, 2005) (Gráfico 1)
En palabras del académico de la UCSC, Enrique Fernández
“La magnitud e intensidad que tuvo la expansión implicó dos cosas: que por primera vez llegaran a las aulas universitarias alumnos de sectores socio-económicos menos favorecidos y que, en muchos casos, fue necesario improvisar profesores para poder proveer los cursos. Ambos elementos, asociados en ocasiones a una infraestructura deficitaria y bibliotecas y laboratorios precariamente equipados, han sembrado dudas acerca de la calidad de los profesionales formados en la educación Superior” (pp.:3).
Si observamos los datos disponibles en el Ministerio de Educación (gráfico 2), es posible señalar que entre los años 1990 y 2000, el acceso de los cinco quintiles, en los que podemos seccionar la realidad socioeconómica chilena ha crecido de manera explosiva, sostenida y ostensible. De esta forma es posible señalar que junto al crecimiento de la oferta educativa, en esta área, se ha hecho carne el aumento de la demanda y del acceso de todos los sectores socioeconómicos a la universidad. Surge también la posibilidad de entender, a quienes siguen atentamente las divagaciones expuestas, que este acceso si bien masivo, también a sido desigual e inequitativo. Es evidente que los sectores socioeconómicos de más altos ingresos, quinto quintil, han hecho de la universidad un horizonte no sólo deseable, sino que imprescindible. Mientras tanto, para los sectores que se ubican en le primer quintil, con menos recursos socioeconómicos, la posibilidad de acceder a la educación terciaria, es aún un horizonte lejano, casi utópico.
También y en igual forma es preciso entender que el acceso a la educación superior ha sido acompañado de un progresivo incremento de los recursos que para su financiamiento se requieren. Si observamos lo que el Estado ha ido entregando, de sus presupuestos anuales, sólo en el último lustro podemos desprender que la carga que ha significado la educación superior a las arcas fiscales, a pesar de la regla de “EQUILIBRIO FISCAL” impuesta por la doctrina neoliberal, ha pasado desde los 27 mil millones de pesos, en 1990, a unos 72 mil millones en 2003. (Gráfico 3). Sin duda un gran trozo de la torta de recursos que el Estado chileno maneja año a año, pero de igual manera insuficiente. Ya lo han demostrado los estudiantes, desde la década de los años ochenta, en que el sistema de financiamiento comienza a mutar y progresivamente se inicia el repliegue del Estado en la distribución, asignación y recuperación de los recursos (Reformas al financiamiento de 1981, Crédito Universitario Estatal, transferido en 1987 a las Universidades, para posteriormente ser reformado en 1994 y quedar establecido como Fondo Solidario). En sus tres versiones ha recibido las múltiples y permanentes críticas (una especie de itinerario anual que habla de un tema de la “agenda política” en los meses de marzo y abril), ya que en el fondo y siguiendo su propia lógica, estos fondos son asignados a los alumnos de las Universidades del Consejo de Rectores que presentas menos recursos y buenos puntajes (que son los menos), por que aquellos que realmente presentan menos recursos están fuera del sistema o están obligados a adquirir educación superior desde aquellas ofertas ligadas al sector privado. Con ello obligamos a los que tienen menos recursos económicos, obtienen peor educación escolar formal y menores puntajes en las pruebas de selección a las Universidades del Consejo de Rectores a buscar formación terciaria en instituciones privadas, las que TODOS (y digo TODOS de forma consciente) sabemos que lucran con los recursos y con las expectativas de formación de sus estudiantes (clientes). Una muestra más de inequidad.
Resumiendo, entonces, el sistema de educación superior presenta hoy día algunas características que nos hablan de un estado de la cuestión por lo menos crítico, a saber: su masificación, la falta de equidad en el acceso, su alto nivel de circulación de recursos (ligazón al mercado) y sus problemas de financiamiento.
Problemas todos no menores, si pensamos que es necesario, contar al 2010, con una masa estudiantil de no menos de un millón de alumnos en educación terciaria, que nuestro país a comprometido sus esfuerzos en sendos tratados bilaterales, a mejorar su “capital humano”, que los recursos que se inyectan año a año pareciera ser que no tienen un respaldo en resultados que puedan ser efectivamente vistos como una superación de la situación anterior. De esta forma es que podemos establecer, sin temor a ser alarmistas, ni apocalípticos, que la educación superior en nuestro país está sentada sobre una tremenda crisis que hace inevitable sentarnos a discutir, con sentido de proyección futura las medidas que puedan provocar una gran transformación a una situación otra que permita paliar las deficiencias y superar los problemas.
¿Qué Hacer?
Es la típica pregunta, no pretendo responderla (sería pretencioso). Es posible, eso sí, reflexionar sobre la intención, para luego visualizar salidas. En atención a esto, lo que sigue no son más que sendas especulaciones propuestas tal y como se expresaron al principio de esta exposición, desde la ciudadanía y desde la urgencia política. Por tanto, expansión explosiva, acceso desigual e inequidad en la distribución de los recursos en ayuda financiera para los sectores de menores ingresos explican que el estado actual del desarrollo universitario en nuestro país, es a lo menos poco auspicioso. Partamos desde ahí.
Sólo entonces, y en Primer lugar, podemos preguntarnos legítimamente cuál es la universidad que queremos salvar hoy en día. Si observamos su desarrollo y crecimiento podemos establecer alguna tipología de las que ya existen, para tener claro a qué atenernos. Por ejemplo podemos decir que existen universidades Privadas y Públicas; Tradicionales y Nuevas; Nacionales, Regionales y Metropolitanas; Ideológicas y de Empresa; Sistémicas y Críticas, Burocráticas y Descentradas; Del Consejo de Rectores y Fuera del Consejo de Rectores y sin duda Transnacionales y Nacionales. Es evidente que toda taxonomía es antojadiza, esta no lo es menos. Pero si es que creemos que es necesario “salvar” la educación pública, de qué forma nos referiremos a ella, ya que de lo que se trata es de no volver a cometer los errores que criticamos, el principal de ellos la discriminación, la elitización, la exclusión.
En atención al estado en el que se ha ido construyendo la Universidad podríamos aventurar posibilidades que nos permitan establecer puntos de fuga para la discusión. Por esto, y en relación al conocimiento que ellas producen podemos señalar que es necesaria una reafirmación de su sentido y carácter. Las universidades y sus comunidades han pasado un largo período de su existencia ensimismadas en la producción de conocimiento y saber por y para los intereses del Estado. Se han ido transformando progresivamente en funcionarias y burócratas de éste, pero más aún han ido manejando un cada vez más perverso sentido de compromiso con esta forma de reproducción social que fue, digámoslo simple y directamente, obra y creación de la dictadura más sangrienta que ha visto desarrollar nuestro país. Por tanto cualquier arreglo interno que intentemos desarrollar en el modelo de educación superior supone una tácita aceptación de la lógica, el contexto, los principios y fines para la cual fue diseñada la educación superior en un contexto como la dictadura de Pinochet. De ahí, entonces, que la lógica de producción, distribución y potenciación del conocimiento generado por las universidades se descentre de su lugar germinal (el Estado), para posicionarse en el lugar material (la Sociedad). De ahí que se hace necesario que la ciencia se haga social en su impacto.
“La reproducción permanente de la ‘ciencia oficial’ en el espacio público controlado por la gobernabilidad ha dejado a los pobres y a los ciudadanos corrientes sin un adecuado tratamiento científico de su memoria, sus experiencias, sus reclamaciones y sus reacciones colectivas. Estar fuera de las ciencias equivale con mucho a estar fuera de la racionalidad contractual y, por lo tanto, del poder ciudadano y de la historia. Pues, sin ciencia, no se pueden educar ni potenciar sistemáticamente las capacidades cognitivas, asociativas y proyectivas de la gran masa popular; es decir: su soberanía. Sin ciencia, la memoria social es un capital cultural derrochado en el vacío. Anulado. Anonadado. Que deja a los sujetos sociales de base ignorándose a sí mismos. Amnésicos. Como masa inerte a la espera de ser conducida y vanguardizada. Como si los ciudadanos no tuvieran identidad, ni dignidad, ni derechos soberanos, ni calidad de “pueblo”.” (Salazar, G. pp.: 163. 2004)
Luego, se hace pertinente señalar que el problema que actualmente se debate, es necesariamente la consolidación del itinerario trazado por la dictadura y administrado por los gobiernos de la Concertación, el que surge al dictarse la LOCE. No es menor señalar, y reivindicar aquí, que el Movimiento Estudiantil lo percibió en su momento de esa forma. El año 1992, la Facultad de Educación de la Universidad de Concepción se mantiene en toma por espacio de casi un mes. Qué solicitan los estudiantes, derogación de la LOCE. Hoy se cierra el círculo, hoy la LOCE se consolida, hoy la universidad deja de ser una preocupación del Estado, tal y cual el diseño de la dictadura militar. Por tanto si hay algo que reformar y algo sobre lo que efectivamente es necesario sentarse a discutir para su posible derogación es, por supuesto la Constitución de 1980, y la LOCE.
Por otro lado, si en el espacio universitario, nos está dada la posibilidad de la convivencia, de la convivencia democrática y transversal, esta debe operar con toda propiedad, con la mayor fuerza posible, con la mayor disposición al diálogo, a la participación a la no exclusión de todas las posiciones presentes. Esto es necesario no sólo declararlo, es importante hacerlo. Hoy es tiempo de un frente amplio, en el que tengamos lugar todos, ya que lo que está en juego es el rol y el lugar que queremos apara la educación superior en una sociedad otra. Por tanto la tarea no es menor, si queremos democratizar la educación, es necesario democratizar la sociedad, si queremos mayor participación en la educación, es necesario luchar por una mayor participación social, si queremos un acceso igualitario a la educación, entonces breguemos por una acceso igualitario a los bienes sociales. Esa es la orden del día, básicamente en el mismo nivel de la respuesta que habría dado el viejo Vladimir Ilich.
Por una sociedad en la que todos y todas tengamos espacio. Estudiantes y sociedad en general tenemos que unirnos, debemos constituirnos como sujetos, como un sujeto que es capaz de proponer una sociedad distinta, una educación otra. Una Asamblea Constituyente que pueda repensar no sólo el marco constitucional y jurídico de nuestra sociedad, sino que también se plantee la posibilidad de pensar una sociedad distinta, una sociedad otra parece ser una buena propuesta. Entonces, hay que unirnos, nuevamente… por que hay harto que hacer.
Muchas Gracias.
DATOS RELEVANTES SOBRE EDUCACIÓN SUPERIOR EN CHILE.
Fuente: www.mineduc.cl, www.cnap.cl (En Fernández, E.)
Fuente: www.mideplan.cl (En Fernández, E.)
Fuente: www.mineduc.cl (En Fernández, E.)
Referencias
Castañeda, Tarcisio (1993) Para Combatir la Pobreza. Política Social y Descentralización en Chile Durante los ’80. CEP Ediciones. Santiago. Segunda Edición.
Fernández, Enrique (2005) Desafíos Emergentes y Contribución de las Universidades Católicas a la Configuración de la Cultura. Ponencia Presentada al Capítulo Chileno de Universidades Católicas. Universidad Alberto Hurtado. Santiago, abril de 2005. Inédito.
Foucault, Michel (1992) Microfísica del Poder. Ediciones La Piqueta. Madrid. Tercera Edición.
Nef, Jorge (1999) Contradicciones en el “Modelo Chileno”. En Mendez-Carrión, A. & Joignant, A. (1999) La Caja de Pandora. El Retorno de la Transición Chilena. Planeta/Ariel. Santiago. pp.: 89-124
Salazar, Gabriel (2003) La Historia Desde Abajo y Desde Adentro. Facultad de Artes, Universidad de Chile. Santiago.
Etiquetas: EDUCACION
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