jueves, 15 de noviembre de 2007

 

Algunas Consideraciones Sobre la Experiencia Laboral en Docencia Universitaria: Notas para la imagen de un Chile neoliberal.

Manuel Fernández Gaete.
Profesor de Historia,Magíster en Historia Hispanoamericana.


1. El camino universitario.
La Universidad, por antonomasia lugar donde lo universal confluye, se concentra y cristaliza, ha sido, a lo largo de su historia de latos siglos un lugar excluyente. Formadora de los cuadros pensantes de la sociedad, centro de saber, ha sido y es un espacio donde la modernidad ha configurado un sentido al conocimiento: disciplinario, experto, tecnocrático; ha logrado dar forma a la díada saber-poder.



En Chile, el lugar que ha ocupado la Universidad no ha sido extraño a lo arriba descrito, centro donde el orden colonial buscaba fundamento, lugar y espacio donde el republicanismo construyó y justificó su ethos. Tierra de prohombres ilustres que apoyan y ayudan a la consolidación del aparto estatal. Hasta bastante entrado el siglo veinte la universidad, en Chile, fue un centro de conocimiento sólo ligado a ciertos círculos sociales, fue un lugar excluyente y exclusivo que es roto cuando los cuestionamientos de los propios universitarios comienzan a roer las vetustas paredes que rodean las aulas. La Reforma Universitaria, instala preocupaciones sentidas socialmente: democratización del conocimiento, de la estructura, del aporte que la universidad entrega a la sociedad. Compromiso, colaboración, integración fueron las banderas con las que múltiples académicos, estudiantes y profesores, obreros y dueñas de casa marcharon para construir una universidad cercana a las necesidades de la sociedad, una universidad Pública.
Por ello fue un lugar que necesariamente debía ser corregido por la lógica neoliberal. Cuado arrecia la dictadura militar en nuestro país, desde septiembre de 1973, la manu militari, se posa en las aulas universitarias instalando, también en ellas el terror: la persecución de las ideas y de los sujetos que las profesan, la quema de libros, la expulsión de académicos y estudiantes, la intervención en su administración económica y académica, el cierre de programas de estudio, el recorte presupuestario para la investigación. Todas políticas que buscan re-crear el sentido y objeto de la universidad chilena, que logra cristalizar a partir de la reforma de 1980, que traspasa, a partir del mandato constitucional, la responsabilidad de la educación superior de manera progresiva desde el Estado al Mercado.
La expansión de este modelo es un hecho sin precedentes en la historia de la institución, tanto en nuestro país, como en cualquier otro: de 6 universidades existentes en 1980 se ha dado un salto a aproximadamente 60. De unos ciento ochenta mil estudiantes se ha logrado completar cupos actualmente del orden de unos seiscientos mil. En menos de treinta años la universidad pasó de ser una institución elitista, a una masiva, de ser un centro de saber, a una máquina de profesionales, de desarrollar investigación comprometida con el desarrollo nacional a vender patentes y buscar proyectos “rentables” con participación privada.
Lo anterior, sin duda no es, en modo exclusivo, el único fenómeno que se desprende del diseño aplicado: hoy el negocio de la educación superior desata el apetito de grandes grupos de interés económico e ideológico en nuestro país, la mercantilización de la oferta hace crecer en cada proceso a la demanda y cada día son más y más estudiantes los que buscan un espacio en esta nueva universidad. Así también son cada día más y más profesionales los que se vinculan a la docencia universitaria, ya que las antiguas estructuras académicas no han sido capaces de abastecer este nuevo escenario de académicos o científicos de nivel. Lo que hace el mercado es abrir posibilidades, ya luego el mismo mercado se encargará de seccionar el tipo de universidad al cual es posible insertarse: doctores, en general en universidades del estado, magíster en universidades privadas, licenciados en Institutos Profesionales. En general una forma de seccionamiento que busca dejar al arbitrio del mercado la calidad de los procesos de enseñanza-aprendizaje, en la educación superior.
La preocupación, por parte del Estado se encuentra sólo reflejada a partir de lo que el mismos mandato constitucional (dictatorial heredado y refaccionado por los gobiernos socialdemócratas) establece: cumplir el papel de garante de lo que el marcado puede hacer. En ello es posible traducir tanto el proceso de acreditación, como los beneficios que el propio estado otorga a las universidades que pueden certificar “calidad” en el “servicio” que brindan. Aquellas que no logran pasar los parámetros impuestos quedarán progresivamente excluidas de beneficios y, obviamente, del mercado.

2. El camino en la Universidad neoliberal:
En este escenario buscar ingresar a trabajar en una universidad privada es, lógicamente, un contrasentido, desde la perspectiva de búsqueda de un conocimiento e investigación críticos. Pero las ofertas del mercado laboral muchas veces son atrayentes. Por ello mi llegada a la Universidad San Sebastián, en la ciudad de Concepción, el año 2003, fue mediatizada por una oferta atrayente. Un antiguo profesor me invita a discutir un proyecto formativo novedoso, que planteara una línea crítica e históricamente centrada en la historia social y regional, formando profesores con un claro y cercano perfil en las ciencias sociales. Competencia directa a la formación tradicional que habíamos recibido ambos en la Universidad de Concepción.
Nuestro arribo a la Universidad San Sebastián, no fue exento de problemas. En un contexto en que la competencia por la matricula permitió la apertura del programa de formación de profesores de Historia y Ciencias Sociales, en régimen diurno y no en vespertino, con un recorte presupuestario automático en bibliografía y jornada laboral del Director y Secretario de Estudios (que era mi caso). Así y todo el programa se asentó, marcó línea dentro de la Facultad de Educación y a nivel de la discusión disciplinar. Se programaron conferencias, se participó en congresos, se generó una política de extensión, se preparó una revista de difusión para la facultad completa dirigida por nosotros. Permanentemente nuestras actividades eran cercadas por la Decana de la Facultad, hermana del dueño de la universidad, quien no tenía más mérito académico que ser familiar directa del presidente de la Junta Directiva de la Universidad.
Nuestra responsabilidad con los alumnos, nuestra participación como académicos, nuestro trabajo en el mundo disciplinario fue saludado y felicitado en múltiples oportunidades. Se trabajó, pese a todos los inconvenientes, en darle un claro perfil académico y social a nuestra carrera, pero ello acarreó mayores problemas. En mi caso al participar de la comisión que elaboró el perfil del docente de la facultad, se me censuró un documento por ser “tendencioso” y con un marcado tinte “socialista”. Se criticó muy duramente nuestra participación como académicos en un debate que se produce a partir de la conmemoración de los treinta años del golpe militar, siendo co-organizadores de un evento que reunió a otras universidades y académicos. Duramente se nos criticó la cercanía y apoyo a las iniciativas que surgían de los estudiantes (ellos organizaron una conferencia sobre la cultura Mapuche, invitando a un especialista en el tema, y la facultad se negó a pagar los honorarios del invitando teniendo que sufragar los gastos el director de la carrera con dineros de su bolsillo). Pareciera ser que el summun de esta experiencia se produce en dos dimensiones: en primer término haber sido promotor y redactor de un documento en el que contestábamos los dichos de un grupo de historiadores de derecha que apoyaban la dictadura militar, su obra y cuestionaron los resultados que surgieron a la luz pública en el denominado “Informe de la Comisión Valech, sobre la Tortura en Chile”, el que esta iniciativa se desarrollara por docentes de la carrera molestó al stablishment historiográfico conservador de nuestra región. En segundo término y habiendo transcurrido dos años de iniciado nuestro trabajo, los docentes de nuestra carrera tenían un posicionamiento y un perfil que permitió mejorar sustancialmente, vía participación o directa coordinación, asignaturas transversales del área pedagógica, de práctica inicial y del área de las metodologías de la investigación. Mi propia participación dirigiendo una comisión de trabajo al interior de la Facultad, señala las responsabilidades profesionales que habíamos adquirido y la valoración técnica de nuestro trabajo, esto evidentemente molestó a varios miembros de la comunidad universitaria, incluyendo a la propia Decana, quien observaba como sus argumentos autoritarios, antojadizos y muchas veces falto de todo criterio eran fácilmente objetados por la más mínima lógica técnica o académica.

3. Epílogo, el camino de salida:
Para señalar lo que es evidente, un día antes de iniciar el año académico 2006 y luego de haber despedido al director de la carrera (aduciendo razones presupuestarias) me despiden aduciendo una supuesta “falta de confianza” por parte de la decana. Luego de ello una espiral de declaraciones de vicerrectores, decana y profesores que me acusan de haber mantenido un núcleo político al interior de la carrera, de adoctrinar a los estudiantes, de transmitir en clases “ideologías de izquierda” que atentaban contra los valores y principios universitarios. En fin una seguidilla de acusaciones infundadas y falsas, que provocaron una inédita manifestación de apoyo de los estudiantes a sus docentes que duró un mes en el cual ellos se declararon en “paro” de actividades, siendo amenazados y perseguidos; que obligó a la Universidad a dar explicaciones por la prensa y medios de comunicación; que provocó la expulsión del resto del equipo académico de la carrera (14 docentes de distintas áreas).
En fin, parece ser que aquel modelo universitario creado por la dictadura caló profundamente en la mentalidad de algunos empresarios de la educación superior y “académicos” que hoy construyen universidad neoliberal en nuestro país. Lamentablemente y más lejos que la mera experiencia de ser exonerado por razones políticas de una universidad en pleno siglo XXI, la experiencia de trabajo en la Universidad San Sebastián nos muestra claramente el carácter mercantil, intolerante y conservador de la universidad neoliberal. El propio Estado avala este tipo de proyectos: con moderna infraestructura, con una abultada cuenta corriente y con un régimen interno en el que las decisiones son las de una autocracia llena de nepotismo y amiguismo, en donde los criterios académicos brillan por su ausencia. Los avala por que al ser “empresas” en orden, son capaces de “certificar” la calidad de sus proceso, por ello son instituciones acreditables, esto es creíbles en la lógica mercantil de la universidad neoliberal chilena.
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