sábado, 21 de julio de 2007

 

La ira, la rebeldía y el dolor como potencia histórica.


Manuel Fernández Gaete
Profesor de Historia.

I.

Transitar por los caminos que recorren la provincia de Arauco siempre deja un gusto confuso en el paladar: Bellos parajes ancestrales que nos recuerdan los densos bosques en que habitó libre e independiente el pueblo-nación mapuche, un verde penetrante espeso, lleno de autoridad. Por otro lado las pequeñas ciudades, pueblos y villa; en sus casas y habitantes observamos tiempos no tan lejanos ligados a la explotación minera e industrial del incipiente capitalismo del siglo XIX y principios del XX. Las fachadas se ven modeladas por el duro trabajo campesino, por las carreras de niños y niñas que entre calles polvorientas pavimentan de alegría y travesuras el ritmo cansino de la lejanía relativa a la urbe pencopolitana, por las dinámicas que permiten la pervivencia de la tradición junto a la modernidad. Se palpa aquella tradición de resistencia, de lucha, de orgullosa soberanía que nos permite reconocer a mujeres que no le quitan el hombro al trabajo, de niños y jóvenes que pelean a la exclusión que una educación de pésima calidad les asegura, hombres que a pesar de todo no le agachan el moño a los elementos, al patrón, a la ley.

Sin duda hay algo guardado entre los habitantes de la provincia de Arauco, hay una historia que les pertenece y que pareciera emerger cada vez que la coyuntura indica que es tiempo de rebeldía.

II.

La situación no es del todo clara, no hay acuerdo en los hechos sólo podemos especular en un sin fin de preguntas que al parecer quedarán sin respuestas. ¿Qué tenemos en concreto?: Una huelga legal de trabajadores precarios de una de las tres principales empresas forestales del país; la resistencia de la empresa a negociar condiciones de trabajo dignas para estos operarios; la legítima acción de estos trabajadores frente al agotamiento al cual les somete la empresa, expresada en la toma de la carretera; la acción represiva de las fuerzas de orden y seguridad; el asesinato de un jóven operario, de un trabajador, de un obrero, por parte de las fuerzas “de orden y seguridad”; las explicaciones del gobierno y los aparatos del Estado sobre el uso legítimo de la fuerza para la reposición del orden y el “estado de derecho”; el silencio de la empresa; el reclamo generalizado de los diferentes sectores político-partidistas y gremiales; un multitudinario funeral en el cual toda la comuna de Curanilahue despide a este jóven obrero asesinado; la aparición de la Iglesia Católica como garante en la negociación reabierta luego del alevoso asesinato; un acuerdo entre empresa y trabajadores; el silencio[1]….

III.

El cruel asesinato de Rodrigo Cisterna Fernández, en el sector de Horcones, provincia de Arauco nos permite levantar desde la historia de los trabajadores de esta zona algunas certezas. En efecto, no hay una voluntad de negociación entre las grandes transnacionales y los trabajadores, es preferible el desgaste y la represión. El operario, criminalmente asesinado, tenía un ingreso mensual inferior al sueldo mínimo que el Estado asegura por ley, trabajaba para una de las innumerables empresas contratistas, a partir de bonos y metas logra completar su ingreso, llegando a $ 120.000. Todo esto ocurre frente a la mirada tolerante del Estado y la empresa, que durante el año 2006 acumuló ganancias del orden de los $88.899 miles de millones[2]. Luego, es evidente que el Estado, junto a sus aparatos de control, seguridad y represión actuaron protegiendo los intereses de las grandes empresas. Por último la clase política civil no se ocupa del tema, su discusión sobre la reforma laboral o aquella en que se embarcan en estos días sobre la reforma previsional, la necesidad de legislar a favor de los grandes empresarios, rebajando impuesto (vía depreciación acelerada), son sólo algunas de las últimas muestras que nos permiten señalar que ellos, los políticos profesionales, no se ocupan, no se ocuparán de las necesidades de estos “trabajadores” precarizados. Rodrigo Cisternas lo sabía, por ello se encontraba apoyando la paralización de actividades, por ello manifestó su malestar ante las iniciativas de la empresa (de mantener operarios trabajando en un régimen de encierro, ya que no podían retornar a sus hogares, durante la huelga), frente al silencio del Estado, por ello actuó en defensa de sus intereses, por ello toma la decisión de afectar los intereses de la empresa y del estado. Nunca sabremos lo que en su cabeza agitaba las acciones que lo llevaron a tomar en sus manos una máquina de trabajo para transformarla en una herramienta de combate contra la injusticia, contra la opresión; nunca sabremos que pensó durante los eternos minutos en que sus manos comandaron la ofensiva contra la represión desatada. Podemos especular, seguramente pensaba en su familia, en su trabajo, en lo justo e injusto, en la necesidad de mostrar su ira, su rabia: la rebeldía.

IV.

La larga historia de dolor y trabajo precario que ha vivido el mundo popular en nuestro país, nos permite estar prevenidos contra estas situaciones. Desde tiempos coloniales, en los que la compulsión laboral del indígena en los lavaderos de oro y en la explotación argentífera, ya sea como mano de obra encomendado o en su dimensión esclavista, nos hablan de una larga historia de precariedad laboral. El trabajo vía enganche de mineros en el norte argentífero o calichero y en el sur carbonífero; la opresión contra el peón agrícola en la zona central, contra la mujer sola que se busca la vida en una pequeña chacra o en la algarabía de una chingana; la persecución de los rotos que trabajan temporalmente, de los niños que entregaron su vida en cuanta industria naciente instalaba sus fauces como un animal salvaje en las incipientes ciudades chilenas durante el bullente centenario de la independencia nacional. Los miles y miles de obreros y sus familias que vivieron arrinconados en los conventillos y cuartos redondos en Santiago, Valparaíso y Concepción. Los obreros perseguidos por su militancia, por su protesta en medio del Chile industrializado de los años 1960 y setenta. Los pobres de la ciudad que caminaron por las calles de la democracia radical, popular y upelienta brutalmente reprimidos por una dictadura sangrienta; los jóvenes populares que fueron perseguidos y estigmatizados por ser pobres y presumiblemente de izquierda que le pelearon las calles al dictador y su máquina de terror y crimen en las poblaciones de todo el país, las mujeres que le dejaron los oídos tapados de cacerolas. Los miles de estudiantes y trabajadores que le han enrostrado a los partidos socialdemócratas que no quieren esta pos dictadura que reprime, excluye y ahora también asesina trabajadores, en pos del “estado de derecho” y la propiedad privada.

Esa larga historia de dolor y explotación es también una historia llena de ira y rebeldía popular. Santa María de Iquique, aquella santa de flores negras que nos llena de memoria obrera y popular, tiene un correlato directo hoy día. Cuando en este 2007 se cumplen 100 años de la matanza obrera, el capital, el Estado, los políticos profesionales vuelven a justificar la sangre trabajadora que quedó regada en las calles de Arauco, vuelven a tener respuesta frente al crimen alevoso de un jóven obrero precarizado hasta la saciedad por el día a día de la explotación.

Santa María y Horcones nos llenan de rabia popular, de rabia trabajadora. Santa María y Horcones nos llenan de necesidad de trabajar más juntos, más unidos. De recordar con más fuerza que la historia de nuestro pueblo está llena de dolor y sangre obrera, pero que también hay páginas llenas de rabia y de rebeldía contra la explotación.

V.

La clase gobernante de nuestro país tiene de sobra ejemplos para temer a la rabia y la ira popular: las continuas entradas en maloca que mapuches y mestizos fronterizos desataban contra las ciudades hasta bien entrado el siglo XIX, que destruía haciendas y ciudades, que raptaba mujeres y ganado por igual, que luego se replegaba para parlamentar acuerdos entre la burocracia política y militar y las huestes levantiscas. Esa misma clase gobernantes que temía a las partidas de cuatreros y gavillas de peones rebelados que se echaban al monte y bajaban a robar ganados y especies, a cuatrerear caminos y haciendas. El mismo estado que temió la organización proletaria, la persiguió y reprimió brutalmente, que la enfrentó en las calles de Iquique, Valparaíso y Santiago durante el ciclo de rebeldía obrera y popular de 1903 hasta 1907. Aquel estado que decretó leyes malditas para perseguir a los partidos de clase, que encarceló a sus dirigentes, que declaraba estados de sitio frente a cualquier indicio de organización. Esa clase que temió la democracia radical, en la calle y teñida de olor a población, a campesino organizado, a obrero que autogestionaba sus fábricas, esa clase que recurrió desesperada a las armas de militares para asesinar, desaparecer, torturar a miles de hombres y mujeres, jóvenes, niños y niñas. Aquella clase que temió las cacerolas, la organización armada del pueblo que se cansó de ser perseguido y torturado intentando incluso ajusticiar al dictador. Esa clase que por temor a la democracia de las masas populares en la calle negoció el pacto de salida para el dictador y su corte de empresarios, políticos y militares. Esa clase nos habla de tranquilidad, de justicia social, de oportunidades, de inclusión, cuando ve regada la sangre trabajadora regada en las calles.

Esa clase, hoy vuelve a gritar auxilio cuando el pueblo sale a la calle, aquella clase teme la organización popular, teme al trabajador en la calle, teme a los jóvenes organizados, teme la potencia histórica de nuestro pueblo rebelde. Esa clase teme el surgimiento de otros Rodrigo Cisternas Fernández, capaces de levantar algo más que la voz para reclamar.

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[1] Frente a la intervención de actores como el Ministerio del Trabajo, la Iglesia Católica y la resolución del conflicto, y la posibilidad de establecer una futura negociación inter-empresas, el presidente de la CPC (Confederación de la Producción y el Comercio) Alfredo Ovalle señaló, el jueves 10 de mayo, que “las negociaciones deben ser realizadas directamente entre el sindicato y la empresa. La empresa puede solicitar a los trabajadores tener las ayudas que correspondan, pero, la verdad es que en un sistema normal, directo, lo que debería haber es una negociación e ntre los trabajadores, los sindicatos, sus dirigentes y los encargados de recursos humanos de las empresas.” En La Tercera, jueves 10 de mayo de 2007, pp: 28.

[2] Las ganancias de Celulosa Arauco subieron en un 46,4%, con ingresos de explotación $ 433.305 miles de millones a marzo de 2007, resultando ser la cuarta empresa entre las 10 que más ingresos ganaron durante el período marzo 2006 marzo 2007. La Tercera, miércoles 2 de mayo de 2007, pp: 24 y 25.

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Comentarios:
Hola:
Primero que todo, queria expresar mi acuerdo con todo lo planteado por Manuel, sus palabras son del todo ciertas, en nuestro Pais, siempre ha existido rechazo a las organizaciones, represión a las personas que no estan de acuerdo con lo planteado por "nuestras autoriades", en Chile pensar diferente es sinonimo directo de represión, siempre ha sido asi, lo unico que puede lograr el cambio es la unión de todos los grupos que no estamos de acuerdo con este modelo capitalista que lleva a la exclusión de la mayoria del pais, mientras ciertos grupos se llenan de plata los bolsillos, con el sudor de nuestra gente, muchos se mueren de hambre y pocos se atreven a enfrentarse, como el Caso de Rodrigo, que mostro su descontento, pero como termino?, muerto en las manos de la fuerza publica, cuya unica forma es y ha sido siempre mediante las armas, su unica forma de negociar.

Cuidense...y sigan con el Blog, porque estas son las cosas que hacen falta en nuestro pais.

Alumna Udec.
 
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