jueves, 15 de noviembre de 2007

 

Memorias del futuro


Extracto del catalogo de la muestra "Memorias del futuro" Grabados pinacoteca de Concepcion, Noviembre 2007

Por estos días, 2007 años después, algunos sostienen que llegó la hora de los libros: "La nueva era de la información digital, virtual y electrónica va a suceder a la era tipográfica que ha durado durante los últimos cinco siglos" concluyen gozosos.Muerte del libro. Sin embargo, en medio de la fiesta, del velorio, surge un pintor del arrabal sudamericano que monta una imprenta siguiendo antiguos modelos. Luego, se da a la tarea de recolectar textos, grabados y dibujos y le da vida a su máquina. De ella salen dos libros, pero no son libros cualesquiera, su formato excede a la norma.

Doble gesto: resistencia y creación. Resistencia a las afirmaciones absolutas, resistencia a los pregoneros de la muerte, resistencia a abandonar en un recodo de la historia, o de la histeria, esos seres magníficos que despierta de su sueño otoñal el lector. Resistencia fijada en el descomunal tamaño de los textos. Mas resistir, por muy noble que sea, se agota en su carácter reactivo. Y las fuerzas reactivas, enseñan los libros de filosofía, conducen a la exasperación y a la violencia. Asoma entonces el segundo carácter del gesto: la fuerza activa de la creación, la línea de fuga que intenta, como sostiene Klee, "lanzar la flecha para ir más allá". Entonces, vemos a Pablo Henríquez en pleno viaje buscando, locamente, una memoria en el futuro. Ya ni siquiera oye los pregones triunfantes que anuncian la nueva realidad, una eléctrica realidad.
Entonces, en las páginas de sus mega libros, fija los afanes de algunos humanos que intentan el arte. Arte que nos entrega su mensaje sin significado, significantes fugaces sobre la materia.Para el caso, esa materia es una bella hoja amarilla.
Pero, como enseña Bataki, viejo cuervo que vuela en libros eslavos, siempre existe una tercera posibilidad. Esa tercera posibilidad del gesto del imprentero es su carácter infame. La literatura distingue algunas clases de infamia, la primera cabe en una historia universal. Son los infames que dieron vida a una leyenda. La segunda corresponde a hombres comunes que por sus hechos figuran un instante ante los ojos del poder, que los castiga o enmienda, y luego se sumergen en el murmullo anónimo de su época. La tercera es a la que asistimos, una infamia de arrabal. Y el arrabal, recordemos, contamina constante a la ciudad. Para el caso, contamina a la ciudad eléctrica.
Aquí estamos ahora, frente a una obscura locura que empuja sus sombras por entre las rendijas del mundo de la luz.
José Manuel Rodríguez Ángulo

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